LA MISERICORDIA 2021-2022

LA ECOLOGÍA 2019/2020

El PERDÓN 2018/19

LA MISERICORDIA 2017/2018

LA FRATERNIDAD 2016/2017

LA MISERICORDIA 2014/2015

LAS OBRAS DE MISERICORDIA Y LA TERCERA ORDEN FRANCISCANA.

“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto” (Lc 10,30). Al cabo de un rato, un sacerdote y un levita, pasaron de largo, porque tenían prisa y no querían ensuciarse las manos. Fue un extranjero de Samaría, mal visto por los judíos, el que se acercó, lo curó, y pagó a un posadero, para que lo cuidara mientras él regresaba de su viaje. “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo? - le preguntó Jesús al jurista-. Éste contestó: -El que practicó la misericordia con él. Jesús le respondió: 'Vete y haz tú lo mismo'” (Lc 10,36-38). Esta propuesta es la que impulsó a San Francisco a salir por los caminos para ayudar al hermano herido. ¡Y vaya si lo encontró! En medio de un camino se topó con un leproso y tras darle un abrazo, le cambió la vida.. Él lo cuenta así: "El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos" (Testamento 1 -2).

 

La tradición de la Tercera Orden Regular de San Francisco, nos habla de la práctica de las obras de misericordia, en diferentes momentos y lugares, a lo largo de la historia. Los penitentes franciscanos ser extienden por España desde principios del s. XIII, curando heridos en hospitales del camino de Santiago, enterrando muertos abandonados, dando de comer a niños sin recursos, velando enfermos. Será en el s. XIX -tras la desamortización de Mendizábal- cuando comiencen a practicar las obras de misericordia espirituales entre las que destacan: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, perdonar las ofensas, rezar por vivos y difuntos, etc.

 

LA MISERICORDIA EN LA COMUNIDAD EDUCATIVA

El descubrirse necesitado y amado a la vez potencia en nosotros los sentimientos de misericordia. Nadie da lo que no tiene. Por eso, este curso podemos hacer "tareas sociales" con cada obra corporal de misericordia. Primero porque nos hacen más humanos y, segundo porque sabemos que Jesús está presente en cada uno de nuestros prójimos.

 

El valor franciscano de la misericordia.

Las siete obras de misericordia son el gran discurso del juicio final (Cf. Mateo 25, 31-46).

A quienes han llevado a cabo estas obras de amor, el evangelio de Mateo los llama

"justos". Estos justos no se asombran de haber hecho esas buenas obras por la gente, sino de haber dado de comer y de beber, visitado y vestido a Cristo. Porque "lo que hacéis con uno de estos mis pequeños, lo hacéis conmigo".

Jesús puso el mensaje de la misericordia de Dios en el centro de su predicación. Él trató a la gente de manera misericordiosa y así enseñó a obrar a los que le siguieron. En el discurso de la misión -que viene después de varias curaciones- les dio poder para curar toda enfermedad y toda dolencia (Cf. Mt 10, 1).

Podemos pensar que obrar con caridad y misericordia en nuestro mundo puede ser poco eficaz y que lo válido sería organizar la beneficencia a nivel estatal. Es cierto, hay que organizarse, sin embargo que la vida política haga su parte no evita que cada uno hagamos la nuestra; ya que el trato con el otro nos hace más humanos. Por otro lado, los cristianos no debemos institucionalizar las palabras de Jesús y estar abiertos a practicar la misericordia donde sea. La actitud fundamental de las catorce obras es la de tratar a los demás con la misericordia con la que Dios nos ha tratado a nosotros. Y es que seamos religiosos o no, cada uno es responsable de sí y de su hermano que le reclama. Es la única manera de cambiar el mundo y la historia en lo que Dios quiere.

 

LAS OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA

El Siete es un número sagrado. Siete son los dones del Espíritu Santo y los sacramentos.

Las siete obras corporales son un sacramento del obrar, y las siete espirituales son fruto de la interpretación mística de las corporales. Aunque en el texto de Mateo se enumeran seis, la iglesia primitiva habla de siete añadiendo la de enterrar a los muertos. Es San Agustín, quien distingue entre buenas obras que afectan al cuerpo y buenas obras que atañen al alma. Y en la Edad Media se desarrolla el contenido de las catorce, y del que da fe la urna funeraria -que se conserva en Marburgo- de Santa Isabel de Hungría. ¿Cómo entender hoy las obras de misericordia? El año 2007, con motivo del octavo centenario del nacimiento de nuestra patrona Santa Isabel, el obispo Joachim Wanke hizo una traducción de las obras de misericordia: Te visito, comparto contigo, te escucho, estás incluido, rezo por ti, hablo bien de ti y camino un rato contigo. Nosotros, durante este curso vamos a trabajar las siete obras corporales.

 

1. Dar de comer al hambriento: comparto contigo.

Cuando damos de comer a un hambriento, hemos de tratarlo como a un rey y no como a un mendigo molesto. Hemos de hacerle sentir su dignidad regia. Cuando Jesús habla de hambre, no se refiere sólo al estómago que protesta. Con la invitación, "dadle vosotros de comer" (Mt 14, 16), nos encomienda la misión de dar de comer y distribuir los recursos con nuestras manos. Por eso decía Santo Tomás de Aquino que "la justicia sin compasión es crueldad". Esta obra de misericordia supone primero dar gracias a Dios por lo que tenemos y darlo a los demás multiplicado (Cf. Mt 14, 13-21).

 

2. Dar de beber al sediento: comparto contigo.

Asegurar el acceso al agua sana para todos es una tarea política y económica. Pero por mi parte, el que yo invite a otro a un vaso de agua, es un signo de hospitalidad en el que le demuestro mi interés por él.

El evangelio de Juan pone en labios de Jesús en la cruz estas palabras: "Tengo sed". Así se cumplió la Escritura pero ningún hombre le dio de beber. "Cuando Jesús tomó el vinagre dijo: 'Todo está cumplido'. E inclinando la cabeza entregó el Espíritu" (Jn 19, 30). Es en la cruz donde Jesús prueba y apura hasta la última gota de nuestro odio y nuestro rechazo y así llega su amor a la consumación. ¡Cuántos hermanos mueren de sed, como Cristo, ante nuestra indiferencia!

Sin embargo, para Jesús la sed es imagen de un anhelo más profundo: el de amar. Cuando habla con la samaritana le hace ver la necesidad que tiene de un amor verdadero y la imposibilidad de saciarla sólo con el afecto humano. Esta obra de misericordia supone dar a beber a los sedientos de amor y acercarles a Jesús: el agua viva.

 

3. Vestir al desnudo: comparto contigo.

Cuentan que San Martín se encontró con un mendigo y rasgó su capa en dos para vestirlo. Él no sabía que ese mendigo era Cristo en persona. Simplemente compartió su vestido porque se le conmovió el corazón. Hoy, hay personas, que dan sus ropas a la parroquia; así cumplen con el mandato de Jesús. Pero el Señor se refiere a otra cosa.

El desnudo no siempre es el pobre. En el paraíso, Adán y Eva estaban desnudos, vivían en armonía con Dios, pero tras el pecado original, se dieron cuenta de que estaban desnudos. Esa vergüenza la conoce quien no puede esconder ante los demás lo íntimo de sí; el que ha sido puesto en evidencia, o se ha desnudado a sí mismo. El desnudo también es aquel que tiene que llevar ropas caras de marca porque le dan confianza en sí mismo. Vestirlos significaría no abochornarles por su desnudez y mostrarles su verdadero valor.

 

4. Dar posada el peregrino: te acojo.

Israel siempre ha considerado sagrada la hospitalidad. Jesús nace forastero en Belén y vive como extranjero en Egipto; de ahí su cercanía y su respecto por los forasteros. Los discípulos de Emaús, al invitar a un caminante a cenar, reconocen en él -al partir el pana Cristo. Acoger a los forasteros ha adquirido hoy una dimensión política.

Debemos preguntarnos en qué medida cumplimos hoy la exigencia de hospitalidad formulada por Jesús. Esta obra de misericordia nos recuerda que cada uno de nosotros tiene oportunidades suficientes para abogar por los forasteros, respetar su dignidad y protegerla cuando no es defendida por nadie.

 

5. Redimir al cautivo: te visito.

"Estuve en la cárcel y acudisteis a mí" (Mt 25, 36). Los discípulos de Jesús establecen relación con la cárcel muy poco tiempo después de la muerte y resurrección del Maestro. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que "el ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó... (Hch 5, 18,20). Un poco después, Pedro está en la cárcel, atado con dos cadenas entre dos soldados. Por la noche le visita un ángel, las puertas se abren y él sale a la calle. Quizá Dios desee enviarnos como ángeles a este o aquel encarcelado para que soltemos sus cadenas.

A los presidiarios se les trata como leprosos y quedan estigmatizados para toda la vida. Ninguno de nosotros tenemos garantía alguna de no entrar en conflicto con las leyes y a llegar a ser condenados e ir a la cárcel. La tradición cristiana ha entendido la quinta obra corporal como liberación de los cautivos: cautivos en el calabozo de la angustia, en la prisión de la depresión, en la de la soledad. Practicar misericordia consiste en no rehuir a quien está en esa situación, tomarlo en serio y no juzgarlo. El incluso visitarlo.

 

6. Visitar a los enfermos: Te visito y te escucho.

"Visitar" denota nuestro interés por el otro. El Nuevo Testamento habla continuamente de que Jesús cura a los enfermos; unos ser acercan a Él y a otros los visita. En esta obra de misericordia se nos dice que en cada enfermo visitamos a Cristo enfermo. Por eso, además del gesto de humanidad podemos descubrir el misterio del sufrimiento. En el modo en que una comunidad trata a sus enfermos se pone de manifiesto si está en consonancia o no con esta obra de misericordia. Sólo el Espíritu de Jesús nos hace comprender que el valor de un hijo de Dios, enfermo o sano, está en ser amado por él.

 

7. Enterrar a los muertos: hablo bien de ti y rezo por ti.

"Enterrar" expresa el respeto y la valoración de la persona. El entierro de Jesús lo organiza José de Arimatea y por eso queda imposibilitado para celebrar la Pascua. Las mujeres deseaban prepararle a Jesús un entierro digno, ungiendo su cadáver una vez pasado el sábado. Todos ellos hacen algo porque le querían.

Hoy en día, en las grandes ciudades, hay muchísimos entierros anónimos. En esta tendencia se hace visible algo de nuestra inhumanidad. Una manera de vivir hoy la séptima obra de misericordia es la de participar en el entierro de las personas que han significado algo para nosotros, decir cosas bellas, estar presente junto a sus familiares. Y participar de la Eucaristía, porque con ese gesto, afirmamos, que en esa persona, ahora difunta, habitó Cristo mismo y resplandeció algo de su misterio.

 

LA MISERICORDIA: REFLEJO DE NUESTRO BARRO.

El Papa Francisco, en Agosto de 2003 les decía a sus catequistas de Buenos Aires: "Hoy el

Señor nos invita a abrazar nuestra fragilidad como fuente de un gran tesoro". Nosotros, como educadores, hemos de reconocernos vasija y camino, porque aquel que se reconoce vulnerable puede conmoverse (moverse-con) y compadecerse (padecer-con) de quien está caído al borde del camino.

EL PERDÓN 2013/14

Cuenta una de las biografías de San Francisco, que el obispo de Asís y el alcalde de la ciudad se enemistaron por lo que nos solemos enfadar todos, "quién es el que manda". El obispo excomulgó (dejó fuera de las prácticas de la iglesia) al alcalde, y éste mandó pregonar que ninguno vendiera ni pactara nada con el obispo.  Vamos, ¡que se armó una buena! Se enconó tanto la cosa, que la gente andaba escandalizada y dividida, y nadie se atrevía a mediar entre ellos.

 

La situación llegó a los oídos de Francisco y le tocó el corazón porque conocía a ambos. Tras rezar por cada uno, añadió una estrofa al Cántico de las Criaturas que iba componiendo poco a poco:

 

Alabado seas mi Señor

por los que perdonan y aguantan todo por tu amor,
los males corporales y la adversidad:
¡Bienaventurados los que sufren con paciencia
porque les llegará el tiempo del consuelo![1]

 

Pensó que si reunía a ambos y oían el canto cambiarían de parecer. Pero, ¿cómo se las apañaría? Envió a uno de los frailes al ayuntamiento para invitar al alcalde al obispado acompañado de todos los testigos que quisiera. Y a la vez, mandó a varios hermanos para que entonaran el Cántico, una vez que estuvieran todos juntos. Y se puso a rezar por todos ellos.

 

Llegó el momento, el silencio era tenso entre todos los presentes. Cuando algunos estaban tentados de marcharse, una flauta y una lira comenzaron a sonar y los frailes a cantar... Alabado seas mi Señor por los que perdonan y aguantan todo por tu amor... el alcalde se emocionó y se le cayó una lágrima. Bienaventurados los que sufren con paciencia... el obispo sintió un calor en el corazón como si ya no hubiera ofensa y dio un suspiro. Y sin mediar palabra, el alcalde se arrojó a los pies del obispo y dijo: «Señor, estoy dispuesto a rectificar y a levantar la prohibición a vos por amor a Dios y porque así lo ha querido el bienaventurado Francisco». El obispo, por su parte, le levantó y le dio un buen abrazo, a la vez que le decía: «Por mi cargo debo ser humilde, pero tengo mucho genio; perdóname».

 

Bueno, no os quiero contar lo que allí se montó. Todos comenzaron a abrazarse como si hubieran ganado la Champion League, a recordar la tontería que les hizo enfadarse y cómo podrían festejarlo. Mientras tanto Francisco, que rezaba ante el Cristo de San Damián, sonreía sabiendo que siempre que ponemos nuestras ofensas ante Cristo crucificado... salimos perdonados y renovados por su gracia[2].

 (Adaptación del Espejo de Perfección 101).

 

Esta leyenda franciscana nos acerca a las tantas recomendaciones que Jesús de Nazaret hacía a los discípulos para que vivieran libres de la envidia, del orgullo y del desamor que encadena a los hombres y les hace vivir a medias. "Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda" (Mt 5, 23-24).

 

Porque si no lo haces, el odio y el rencor se apoderan de tu corazón y en lugar de vivir con plenitud, te amargas y amargas al que tienes a tu lado. Es lo que ocurrió en Asís: El pecado de orgullo de uno y la soberbia del otro atenazaron sus corazones, sin querer dar un paso hacia el otro y les hizo buscar aliados; gestando la división y la desconfianza a su alrededor. Después de eso vino la desconfianza de sí mismos: si será verdad, si tengo razón, si me merezco esto... ¡Uf, qué lío! Así es como todos entramos en una espiral de la que no te saca ni Dios... ¡Bueno, Dios sí! Es el único que nos puede sacar: Primero, porque ha puesto en nosotros el hálito de vida y, segundo, porque Jesús tenía un corazón humano como el nuestro y sabía cuándo tomarnos de la mano y sacarnos de esa angustia.

 

Si te paras a pensar un momento, recordarás a Zaqueo el publicano corrupto, a la mujer pecadora que llorando le lavó los pies de Jesús, al paralítico que llevaron sus amigos en una camilla, al ciego Bartimeo... pues a todos les perdonó los pecados.

 

¿Que, qué son los pecados? Pues, después de lo visto te puedes hacer una idea. Pero Jesús lo explicaba mejor: Imagina que quieres ser tú mismo y te molesta depender de alguien: Tu padre, tu madre, por ejemplo... les pides pasta y te independizas. Así eres más tú, nadie tendrá que decirte lo que hacer ni cuándo. Y tomas distancia respecto de tu casa y los tuyos para hacer tu vida. Si te va bien, ¡enhorabuena! pero habrás de reconocer el sufrimiento que has provocado en el corazón de los tuyos. Pero ¿y si te va mal? ¿y si olvidas lo que eres, nadie te valora, todo te cuesta y encima te utilizan? Pues ¡a volver a casa! Que las cosas están muy mal con la crisis y en casa siempre hay cama, comida y ropa planchada. Y, ¿qué dirás al volver? "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, trátame como a uno de tus empleados"... Pues así explicó Jesús el pecado: Es la decisión de romper con Dios y perderse a uno mismo.

 

Pero tranquilo, hay solución. Porque Jesús nos enseña que Dios es como un Padre con entrañas de Madre que te acogerá con alegría por recuperarte. Y no te querrá más o menos por lo que has hecho, sino porque eres su hijo. Él te perdona siempre que regreses junto a Él, te viste con las mejores galas y celebra una fiesta porque es misericordioso...

 

La pregunta siguiente es si tú te perdonas. ¿Te perdonas? No digas sí tan rápido... Porque, cuando te paras a pensar, descubres que:

- No te amas como Dios te ha hecho y estás toda la vida queriendo ser como otros, cuando eres una pieza única. Aquí está la raíz de la envidia.

- No aprecias tu forma de amar y te encierras o arremetes contra los otros porque no te tienen en cuenta. ¡Puf, aquí la soberbia!

- No aceptas lo que te pareces a tu madre y a tu padre y quieres ser distinto. Te encuentras con la autosuficiencia en el camino y ves que no perdonas tus reacciones, tus salidas de tono y tus meteduras de pata.

 

La cosa se complica cuando el saldo de todo lo anterior sale negativo. Si no nos amamos y no nos perdonamos, tratamos mal a los demás:

- No les amamos como se merecen y les utilizamos en la medida en que nos sirven. Y les exigimos más de los que nos exigimos nosotros mismos.

- No valoramos el esfuerzo que los demás (mis padres, hermanos, hijos o amigos) hacen por mí.

- Y, como consecuencia de todo esto, los que viven a mi lado no son más felices por mi causa. ¡Pierdo la oportunidad de alegrar la vida a los demás!

 

Y una cosa lleva a la otra. De paso dejamos de valorar la Creación que Dios nos regaló. ¡Recuerda que estamos en un colegio franciscano y para San Francisco la Creación era lugar del encuentro con Dios! Por eso, hay que darnos cuenta de que: No respetamos la Creación y gastamos sin pensar en que los recursos son de todos. Vivimos alegremente sin saber lo que cuestan las cosas y sin darnos cuenta de las necesidades de los otros. Y muchas veces nos vamos a dormir sin solucionar una pequeña necesidad.

 

¡Y aún hay más! Porque hemos de reconocer que dejamos para Dios las migajas

 

 



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